Pequeño castillo erigido en la Edad Media con fines eminentemente defensivos. Su ubicación estratégica es inmejorable, pues desde él se dominan perfectamente, en un arco que abarca desde el nordeste al suroeste, los valles de los ríos Alberche y Tajo (principalmente la confluencia de ambos), paso natural desde antiguo hacia la zona centro peninsular. También se divisan hacia el noroeste, aunque con menor visibilidad, las tierras de la Vera, el valle del Tiétar y la Sierra de Gredos.
El Castillo de San Vicente se encuentra en la cima meridional del cerro de San Vicente (1.321 metros), en el término municipal de Hinojosa se San Vicente, al norte de la provincia de Toledo.
Se puede acceder a este castillete por la carretera TO-9045-V que lleva de El Real de San Vicente a Navamorcuende, en la margen izquierda, una vez culminada la subida. En este puerto se puede aparcar el vehículo, y ascender a pie por una pista empinada unos 300 metros. Cuando la pista pierde inclinación se abandona por la izquierda y se continúa por un sendero de montaña, siempre en línea recta, que lleva en unos 500 metros al vértice geodésico del cerro de San Vicente. Desde aquí se contemplan un poco más adelante las ruinas del castillo.
En toda la Sierra de San Vicente, de gran belleza natural, pueden apreciarse huellas de los pueblos íberos que existieron en la zona, destacando las esculturas de toros que se exponen en algunas plazas de los pueblos.
La cronología de este castillo es difícil de precisar. A falta de estudios rigurosos o documentación esclarecedora de la época, hemos de sondear las escasas fuentes escritas que hay sobre él.
En primer lugar, hay una serie de escritos antiguos que atribuyen a la Orden del Temple la posesión del castillo. Ya en las Relaciones de Felipe II, en 1578, a la pregunta de que si había restos de edificios antiguos en la comarca de Castillo de Bayuela (aún Hinojosa y sus tierras no se habían independizado de esta villa), respondieron que '[el castillo de San Vicente] fue monasterio de Templarios, esta en parte y lugar que a estar fortificados fuera cosa inexpunable, tiene a los lados dos torreones caidos'. Pocos años después, en 1590, el padre Juan de Mariana visitaría sus ruinas, y, como ya hemos comentado, en De Rege (1599) también recoge la tradición según la cual el castillo había pertenecido a los Templarios. Pero, además, ofrece un dato nuevo: las ruinas del castillo pertenecían a una abadía toledana. Con seguridad se trata de la antigua abadía de Canónigos Regulares, como más adelante explicaremos.
Otra tradición atribuye la construcción a los musulmanes. Pascual Madoz lo expresa así en su Diccionario: 'el cerro o sierra de San Vicente, al norte de la villa, en cuyo punto más encumbrado existen las ruinas de un fuerte castillo de los moros'. Esta tradición apoyaría la tesis defendida por Caballero Zoreda y Sánchez-Palencia, quienes pensaban 'en una atalaya aislada, quizás de cronología emiral, usada posteriormente como núcleo de un castillo califal'.
El escribano e historiador local Matías Gómez de Morales también habla sobre los posibles moradores del castillo. Dice así: 'Habiendo de historiar la descripción del eminentísimo cerro de San Vicente (...) se me hace preciso presentarle con la propiedad que por el año de doscientos y cuatro estaba. En este tiempo edificaron en él los griegos diferentes fuertes y fronteras, en lo más encumbrado de él, con el muro alto y fuerte y torres empinadas'.
Obviamente, Gómez de Morales se equivoca al afirmar que los griegos estuvieron en la Sierra en el año 204. Hemos de leer las palabras del escribano de Hinojosa siempre con cautela; en este caso tenemos que tener en cuenta el escaso desarrollo y la falta de rigor de las disciplinas históricas en su tiempo, así como la tendencia del escritor a fabular. No obstante, quizás pudiera especularse sobre alguna posible construcción hispanorromana en la cima del cerro de San Vicente, aunque de ningún modo esta idea se podría aseverar hoy en día.
Nuestro autor sigue: 'Y, posteriormente, por el año de trescientos y veinticinco que se contaban de los moros [año 935 de la Era Cristiana], el Miramolín [sic: Miramamolín], hijo de Maotmat, mandó edificar en este sitio un castillo más fuerte e inexpugnable que los que se hallaban construidos, donde pudiesen defenderse de sus enemigos, el cual aún hoy permanece parte de sus vestigios. (...) Estuvo este encumbrado cerro, desde este tiempo hasta la destrucción de la morisma, poseído de esta vil canalla, el cual quedó yermo por un poco tiempo hasta que los Caballeros Templarios hicieron en él una granja, sugeta o hija del convento que tuvieron en Montalván, a la cual agregaron muchas casas, tierras y heredamientos (...)'.
Así, en el relato de Gómez de Morales, aparecen de alguna manera ambas tradiciones, aunque la construcción de la fortaleza cuyas ruinas hoy quedan se atribuye a los musulmanes; la Orden del Temple, según éste, únicamente habría creado una granja o hacienda de campo en el cerro de San Vicente.
Las dos tradiciones no son necesariamente excluyentes entre sí. En nuestra opinión, y siempre teniendo en cuenta los escasos datos de que disponemos, bien pudo ser ésta una fortaleza musulmana que, tras la reconquista cristiana del territorio, pasara a manos de la Orden de Canónigos Regulares provenientes de la abadía aviñonense de San Rufo, establecidos en la Sierra entre 1156-1158, en tierras cedidas por Alfonso VII o por su hijo. La posible estancia de la Orden del Temple en el lugar, un tanto dudosa, hubiera ocupado el corto intervalo que va entre la última década del siglo XIII, cuando los canónigos abandonan la abadía, y el año 1312 en que se disolvió la Orden.
De la suerte posterior del castillo sólo podemos decir que en el siglo XVI ya se encontraba en ruinas, como se ha explicado. No es difícil imaginar el que este lugar, perdida la función para la que fue concebido –el proceso de reconquista estaba muy avanzado- y alejado de vías de comunicación principales, fuera cayendo en el abandono entrado el siglo XIV, como ocurrió con muchas de las fortificaciones de nuestra geografía.
La planta de la construcción, en su perímetro exterior, prácticamente se puede inscribir en un cuadrado de 40 metros de lado, aunque su traza es irregular. La entrada se sitúa en el muro noroeste, cuya puerta debió estar flanqueada por dos torreones avanzados, de los cuales el mejor conservado es el del extremo oeste.
Este torreón tiene planta trapezoidal al interior y, al exterior, su muro corto, forma semicircular; de este modo, el muro se hizo de mayor grosor que el resto y de frente curvo, previendo posibles ataques. También tiene dos ventanas, una, abocinada, en su esquina norte, y otra en el muro oeste, cerrada con arco de medio punto hecho con lajas de piedra. Junto al torreón yace un gran bloque de la bóveda de medio cañón que lo cubría, armada con lajas de piedra y argamasa.
Los muros del extremo suroeste del castillo se asientan sobre la roca madre, en pronunciada pendiente, y seguramente por este motivo es el más derruido del conjunto. El muro sureste estaba jalonado por torreones, algunos de ellos apenas perceptibles hoy día. Caballero Zoreda y Sánchez-Palencia Ramos, dos estudiosos que visitaron el castillo en 1979 y 1980, distinguían al menos tres torreones, y defendían la tesis de que uno de ellos, el del ángulo oriental, es en realidad una atalaya anterior al resto del castillo, quizás de cronología emiral o califal. En nuestra opinión esta hipótesis es muy sugerente, pero no consideramos que haya suficientes argumentos para sostenerla; incluso, a primera vista, el estado de conservación de dicho torreón haría pensar que es posterior al resto.
Este torreón de planta circular es el mejor conservado del conjunto. Tiene unos 6 metros de diámetro, un metro y medio de grosor de muro, y su construcción es algo distinta a la del resto: las hiladas del muro aparecen diferenciadas en alternancia y la argamasa es de color más blanquecino (posiblemente por contener mayor proporción de cal). Presenta un vano de acceso adintelado y orientado hacia el Oeste; en él aún se observan los huecos para encajar los quicios de sendas puertas. En el interior, y a más de 2 metros de altura del suelo, hay un escalón que recorre todo su perímetro. Como acertadamente explicaran Caballero y Sánchez-Palencia, 'en este escalón se apoyaron los rollizos usados como vigas para el suelo del primer piso, quedando en el muro, por encima del escalón, los huecos donde se encastraron a la vez que se construía el muro'.
En el cerro, a corta distancia de esta construcción, se encuentran también los vestigios de lo que creemos que fue una antigua abadía canonical y las ruinas de una ermita del último cuarto del siglo XVII, erigida sobre la cueva donde, según la hagiografía medieval y la tradición, se refugiaron San Vicente y sus hermanas al huir de las autoridades romanas.
En la fábrica de la fortificación se empleó la mampostería aparejada, con fuerte argamasa para pegar las piedras entre sí; éstas proceden de la misma cumbre del cerro, donde abundan las formaciones graníticas. Los muros tienen un grosor aproximado de 1,25 metros. En el recinto se observan algunos restos de baldosas de terracota, fragmentos cerámicos y de hierro. También se conserva una pequeña pila monolítica.
Ya en 1576 se dice que el castillo estaba arruinado. Su estado de ruina ha seguido hasta hoy.
Es propiedad del Ayuntamiento de Hinojosa de San Vicente, y ubica un punto geodésico.
Es de acceso libre.
El Patrimonio Histórico Español está protegido por la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español (B.O.E. núm. 155, de 29 de junio de 1985).
Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949 y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español.
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MonumentalNet agradece la colaboración de Jesús Ángel Sánchez Rivera (autor del artículo publicado en el número 130 de la revista Castillos de España, fuente principal del texto incluido en esta página) y Miguel Ángel Cebrián Martínez
Fecha de última modificación: 29/11/2023
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